martes, abril 29, 2008

Inminencia

¿Sentiste la inminencia?
¿Sentiste al viento
murmurar tragedias tras la puerta?
¿Escuchaste los ladridos?
Yo los escuché lejanos
contagiarse unos a otros.
Yo escuché brotar a borbotones
la sangre en sus gargantas.
Yo los escuché caerse
como copas de cristal de una repisa.
Y también al anuncio tenso de los violines oscuros,
que el domingo de calles naranja,
en su noche sorda, traía desde lejos.
Quizás sea la culpa de no haberme sido fiel
lo que se agolpa hoy sobre mi frente blanca.
Quizás sean mis pasados y mis futuros,
todas las veces que fui niño,
los jazmines y las siestas limpias.
Lo cierto es que la siento
y está detrás de todas las puertas,
sigilosa espera
que yo deje alguna abierta.
¿Sentiste la inminencia?

martes, abril 22, 2008

Crónica de barrio 1

Recientemente fui víctima de una nueva moda que está cundiendo por los barrios. Consiste esta práctica en instalar, en el frente de la casa, y a una cierta altura, una lámpara que, mientras nadie pasa por allí, permanece apagada; pero en cuanto alguien se acerca por la vereda a cierta distancia, se enciende repentinamente, y no vuelve a apagarse hasta que el transeúnte se ha alejado lo suficiente. Este artefacto, demás está decirlo, es hijo de la sensación de desconfianza que ha ganado las calles, cual un gas raro y para nada noble…
Así, caminaba yo una noche por una calle del barrio, ensimismado en vaya a saber qué ideas, cuando, al pisar la invisible frontera de la “zona prohibida” de cierto domicilio, se encendió una potente lumbrera, bañándome con una blanca y vehemente luz de sospecha. Me detuve un instante, algo confundido. Cierta molestia comenzó a subirme por las piernas, cierta indignación por la acusación de aquel aparato, cierta incomodidad de vitrina, cierto nerviosismo de escenario, cierta reminiscencia de interrogatorio… Finalmente, opté por una salida discreta, intentando demostrar con gestos exagerados y poco creíbles… mi real inocencia.
Y me fui pensando, mientras la casa volvía a su oscuridad anterior a medida que yo me alejaba. Pensando, primero, en la eficacia del aparato en detener el peligro pretendido, es decir, la violación del domicilio. Se parte de la base de que un frente iluminado es menos proclive a ser invadido que uno oscuro. Pero a la vez, se abandona la iluminación continua de un farol común. Tal vez por una razón de costos, pero más probablemente por una cuestión de contraste. Una vereda normalmente oscura, si se ilumina de repente, llamará la atención de la gente circundante. Y más llamativa será mientras más tiempo permanezca la luz encendida. Interesante mecanismo. Y sin duda efectivo… si los ladrones tuvieran por costumbre entrar a las casas por la puerta principal.
Desafortunadamente, no suele ser el caso. Tampoco es que a uno, de repente, al pasar por una casa, le den ganas de entrar a robar. Violar una casa no es como arrebatar una cartera o una billetera que casualmente quedan al alcance de la mano. La planificación suele darse más a menudo que la tentación.
Tal vez lo que se pretenda es controlar lo que sucede en la vereda, puertas afuera. Desalentar turbias sociedades delictivas, siempre favorecidas por la penumbra. O evitar el asentamiento de linyeras.
Lo cierto es que el barrio pierde otro rincón de oscuridad. O mejor dicho, gana un rincón de oscuridad, pero de oscuridad engañosa, oscuridad inaccesible. Puedo imaginar la cantidad de parejas que, pensando haber encontrado un sitio discreto para sus demostraciones, son de pronto sorprendidas por esta luz traicionera, más efectiva que el más helado baldazo de agua… Puedo imaginar a ese novio cuyas intencionadas demoras despidiendo a la hija del propietario son desalentadas por el infame aparato, como si fuera una extensión de la mirada del padre, multiplicada a su vez en la mirada del resto de la cuadra… Puedo imaginar al pibe que, creyendo divisar un buen escondite, se desespera de pronto al encenderse la lámpara, como un relámpago, mientras, en la piedra, el que cuenta va llegando al término de la serie…
El infernal invento poco ayuda a evitar las premeditaciones criminales. Pero sin duda que es efectivo para erradicar todo tipo de espontaneidades.
Lástima, porque serán escasos los buenos recuerdos que aquella casa evocará…

lunes, abril 14, 2008

Tristeza de domingo


(Alorsa - La Guardia Hereje)


Tristeza fiera, tristeza de domingo
de salas de hospitales con camas en silencio
De cementerios con el pasto crecido,
con flores olvidadas ya secas en el piso.

Y con la noche que llega desde el río
se moja el alma con una lluvia vieja
Tristeza dulce de estadios ya vacíos,
de platos en la bacha, tristeza de domingo.

Tristeza amarga de mates que se lavan,
de minas que no llaman, de tierra en los bolsillos
De manos sucias mangueando una moneda,
de sonrisas gastadas, de patios a la siesta

Y con la noche que llega desde el río
se moja el alma con una lluvia vieja
Tristeza ciega de muñeca sin ojos,
de sueños derrotados, tristeza de domingo.

sábado, abril 05, 2008

Vuelo sin orillas

(Oliverio Girondo)

Abandoné las sombras,

las espesas paredes,

los ruidos familiares,

la amistad de los libros,

el tabaco, las plumas,

los secos cielorrasos;

para salir volando,

desesperadamente.


Abajo: en la penumbra,

las amargas cornisas,

las calles desoladas,

los faroles sonámbulos,

las muertas chimeneas

los rumores cansados,

desesperadamente.


Ya todo era silencio,

simuladas catástrofes,

grandes charcos de sombra,

aguaceros, relámpagos,

vagabundos islotes

de inestable riberas;

pero seguí volando,

desesperadamente.


Un resplandor desnudo,

una luz calcinante

se interpuso en mi ruta,

me fascinó de muerte,

pero logré evadirme

de su letal influjo,

para seguir volando,

desesperadamente.


Todavía el destino

de mundos fenecidos,

desorientó mi vuelo

-de sideral constancia-

con sus vanas parábolas

y sus aureolas falsas;

pero seguí volando,

desesperadamente.


Me oprimía lo flúido,

la limpidez maciza,

el vacío escarchado,

la inaudible distancia,

la oquedad insonora,

el reposo asfixiante;

pero seguía volando,

desesperadamente.


Ya no existía nada,

la nada estaba ausente;

ni oscuridad, ni lumbre,

-ni unas manos celestes-

ni vida, ni destino,

ni misterio, ni muerte;

pero seguía volando,

desesperadamente.