(nicoloco/josele)
La idea es que somos animales muy visuales. Nuestra ciencia depende en gran medida del sentido de la vista (nótese la importancia de “el observador” y “la observación” como garantía de verdad –o al menos, de confianza). Si no tuviéramos el sentido de la vista, nuestros sistemas de conocimiento serían diferentes, e incluso dependerían mucho más de la combinación e interacción de todos los otros sentidos.
Imaginar, entonces, cómo sería una ciencia (no digamos una física, para no influenciarnos), o un conocimiento del mundo, con prescindencia de la vista.
Algunas anotaciones:
- Si no tuviéramos vista, nuestras necesidades no serían las mismas, por lo tanto pensar en esas nuevas necesidades.
- No hay que buscar “SUSTITUTOS” sino NUEVAS FORMAS.
- Si no tenemos vista, ¿nos importa realmente que la caída libre sea un movimiento uniformemente acelerado, o que los planetas se muevan en órbitas elípticas?
- Potenciar al máximo la capacidad perceptiva de los otros sentidos. OLFATO – OÍDO – TACTO – GUSTO
- Pensar distintas propiedades de las cosas que pueden captar los otros sentidos.
- Sin vista, los límites del mundo ya no son los mismos.
- Las representaciones gráficas ya no tienen sentido.
- ¿Sería todavía posible una interpretación matemática?
- Tiempo y espacio, ¿cómo se ven afectados? ¿Conviene definir otras dimensiones nuevas?
- Acá hay que fijar un punto: ¿sería la ciencia de seres que de golpe se quedan sin vista, o de seres que nunca la tuvieron? Sería más interesante el segundo caso. ¿Sería?
- Otra idea, otro posible camino: INCORPORAR los otros sentidos a la ciencia actual.
- ¿Es posible imaginar nuevos sentidos?
- Durante el ejercicio de imaginar nuevos sentidos recuerde: “todo sentido capaz de percibir radiaciones electromagnéticas, aún fuera del espectro visible, es símil a la vista”. Descártelo.
- ¿Qué cualidades tendría una mujer hermosa? ¿Y una fea?
- Muy bien se sabe que el color rojo de nuestra sangre (complementario al color verde de los vegetales) es una estrategia de la evolución que denota “peligro”. En este caso ¿Cuál sería, entonces, el color de la sangre? (piense en casos similares. A saber: el color de las flores, el de animales venenosos, etc.).
- Lo anterior no hace más que presentarnos una nueva duda y una certeza: -Duda: ¿Cuáles serían las estrategias evolutivas de la madre naturaleza?; -Certeza: el AMOR es peligroso.
- ¿Cómo exploraríamos el espacio? ¿Exploraríamos el espacio? ¿Sabríamos de su existencia?
- ¿Cuál sería nuestro sentido del “infinito”?
- Arquitectura. Piense en ella.
- ¿Cuál sería la apariencia de nuestro rostro? (no se limite simplemente a quitar los ojos del mismo). ¿Lo tendríamos?
- ¿Cómo sería el instrumento que utilizaríamos para medir el tiempo? Para comenzar con la búsqueda de la respuesta a esta cuestión, recuerde que primero ha de elegirse el sentido que emplearíamos para percibir la señal de salida dicho dispositivo. El sentido elegido no necesariamente debe ser uno de los cuatro restantes.
- Si algunos de estos interrogantes no hacen más que confundirlo demasiado, no desespere, consulte a un murciélago.
lunes, julio 28, 2008
Hacia un conocimiento con prescindencia de la vista
domingo, julio 27, 2008
Crónica de barrio 2
En mi barrio hay una casa que no es como las demás. Claro, me dirán, ninguna casa es como las demás, salvo que uno viva en un barrio prefabricado. Pero ésta es diferente en ciertos aspectos en los que todas las demás son semejantes. Y el primer aspecto –y más visible- es su arquitectura. Ocupa el triángulo más agudo de un cruce de cinco esquinas, y la casa misma copia esa forma triangular, insertándose como una cuña en la mirada del que viene por la calle, por cualquiera de las que allí desembocan. Y lo primero que uno ve en ella –sobre todo si uno es un niño- es un castillo. Pero no un castillo radiante y majestuoso, como los de Disney, sino uno tétrico y embrujado. Como los del Disney más oscuro y tortuoso. Como una materialización
–inquietantemente próxima- de los imaginados castillos de los cuentos. La noche, la penumbra, la débil luz de la luna, las nubes, acentúan esta impresión. La gran torre redonda de techo cónico, el balcón, la pesada puerta de madera, la reja, el invisible jardín… Pero el detalle que remata esta arquitectura infame –el verdadero golpe maestro de quien quiera que haya construido esa casa, si es que alguien lo hizo- es la veleta que se yergue en lo más alto de la torre. Si uno la observa con un ángulo favorable, advertirá que no se trata de un amistoso gallo, ni de una inocente cruz cardinal… La forma recortada en ese maldito pedazo de hierro es… una bruja.
Tal vez no sea necesario describir el espanto que me produjo esa casa desde que era muy chico, hasta tiempos recientes. Daba la casualidad –infortunada- que frente a esa casa vivía una vecina que ponía inyecciones y hacía algunos trabajos de costurería. Por uno u otro de los motivos, eran frecuentes nuestras visitas a su casa, y por lo general de noche. Esta mujer, por otra infortunada casualidad, o tal vez por el poder plástico de la imaginación, era verdaderamente una bruja. No por su carácter –hagamos justicia- pero su aspecto y su risa eran un reflejo de la conocida (y entonces presente en mi imaginario fantástico) bruja Cachavacha. En fin, todos estos detalles convertían esas visitas en una aventura de miedo, aunque disfrutada, en cierto modo morboso. Allí, desde la puerta, o –peor- desde el auto, solo, yo espiaba cómo la bruja de la veleta acechaba, montada en su escoba, recortada contra el cielo nebuloso o plateada por la luna, indicando las indefinidas maldades residentes en aquel castillo. La imagen de la vecina, o el sonido de su risa, venían a completar el cuadro macabro…
Algunos años después, la curiosidad –y una mayor libertad de movimientos- me llevaron a explorar de cerca esa incógnita mansión. Una tarde caminaba por allí, y al pasar junto a la casa, decidí echar una ojeada. Una ventana lateral abierta me invitó a ello. Era una pequeña ventana en forma de arco, con persianas de vitró. Como quien no quiere la cosa, me acerqué. Y miré. Juro que vi armaduras. Y juro que en ese mismo instante oí un acorde terrorífico de órgano. Aterrorizado, salí corriendo. El impacto fue tal, que hoy, muchos años después, no estoy seguro de si fue real, o si lo imaginé, o incluso si lo soñé…
El tiempo, “y un trato más frecuente con las ciencias”, me indujeron a creer que en esa casa tiene que vivir una familia real, aunque nunca haya visto a sus miembros. Es posible. El pasar por allí ya no me asusta. Pero una cierta incomodidad me hace apurar el paso, y –sobre todo- desviar la mirada. Porque, después de todo… ¿qué clase de gente puede tener una bruja en lo alto de su casa???
miércoles, julio 02, 2008
Por
(L. A. Spinetta)
Árbol
hoja
salto
luz
aproximación
mueble
lana
gusto
pie
te
marcas
miradas.
Nube
loba
dedo
cal
gesticulador
hijo
cama
menta
sien
rey
fin
sol
amigo
cruz.
Alga
dado
cielo
riel
estalactita
mirador
corazón.
Hombre
rayo
felpa
sed
extremidad
insolación
parecer.
Clavo
coito
Dios
temor
mujer
por.